sábado, 20 de marzo de 2010

En busca de la mujer artista



En busca de la mujer artistaComo en el caso de Maruja Mallo o Frida Kahlo, cine y literatura se interesan por la vida de las pintoras más enigmáticas. 













De unos años - pocos-a esta parte, ha surgido en la literatura y en el cine un personaje que antes no existía: la pintora. También la escultora, cantante, escritora, música o directora de cine; en una palabra: la mujer artista; pero la pintora es su encarnación más común. Sólo de Artemisia Gentileschi se han publicado en España cinco biografías más o menos noveladas; Frida Kahlo ha sido objeto también de varias biografías y novelas, así como de dos películas, sin contar su aparición como personaje secundario en otras muchas... Ambas tienen, en verdad, vidas muy suculentas, por no decir truculentas: Artemisia, hija de un pintor célebre, fue violada en la adolescencia por un amigo de su padre, y lo llevó a los tribunales, provocando un proceso escandaloso; Frida sufrió, también muy joven, un terrible accidente que la tuvo postrada en una cama la mayor parte de su vida, lo que no le impidió tener numerosos amantes, algunos de ellos tan famosos como el muralista Diego Rivera (con el que se casó) o el mismísimo León Trotski. Pero estas dos figuras son sólo la punta del iceberg.

La pintora renacentista Sofonisba Anguissola; la retratista de María Antonieta, Madame Vigée-Lebrun; la escultora Camille Claudel, discípula y amante de Rodin; la polaca Tamara de Lempicka; Dora Carrington, del grupo de Bloomsbury; las españolas Maruja Mallo y Remedios Varo, ambas de la generación de la República y exiliadas en América Latina después de la guerra... son algunos de los nombres que vienen a engrosar una abultada nómina. Eso por no hablar de figuras imaginarias, como las pintoras (o, más raramente, escultoras) que pueblan las ficciones de Alison Lurie (La verdad sobre Lorin Jones),Clarice Lispector (La pasión según G. H.,Agua viva,Un soplo de vida)o Clara Usón (Corazón de napalm).

Que el cine se haya interesado por la biografía de pintores no tiene nada de sorprendente, aunque sólo sea por la riqueza de imágenes que semejante tema ofrece. Ya en 1935, La kermesse héroïque,de Jacques Feyder, narraba cómo los habitantes de un pueblo holandés posan para un cuadro muy parecido a La ronda nocturna de Rembrandt, y este protagoniza, al año siguiente, la película del mismo título de Alexander Korda. En la década de 1950 se multiplican los biopics sobre pintores: John Huston se inspira en Toulouse-Lautrec (Moulin Rouge,1952), Vincente Minelli en Van Gogh (El loco del pelo rojo,1956), Henri-Georges Clouzot en Picasso (El misterio Picasso,1956), Jacques Becker en Modigliani (Los amantes de Montparnasse 19,1958)... Es en los años ochenta cuando asistimos a un nuevo fenómeno: el pintor empieza a convivir, como personaje cinematográfico - y también literario-con la pintora. Convergen, en esa moda, dos fenómenos. Por una parte el auge de los temas históricos, una tendencia cuyo inicio puede fecharse en 1980 con el éxito colosal de El nombre de la rosa,de Umberto Eco (la novela de Marguerite Yourcenar Memorias de Adriano se había publicado mucho antes, pero había pasado desapercibida en un primer momento), y que desde entonces no ha dejado de ir en alza, en literatura y también en cine, como atestiguan las numerosas películas centradas en pintores del pasado: Vermeer (La joven de la perla,de Peter Webber, 2003), el Greco (El Greco,de Iannis Smaragdis, 2007), Goya (Volaverunt,de Bigas Luna, 1998, Goya en Burdeos,de Saura, en 1999)... Por otra parte, el feminismo, que si bien se ha diluido en tanto que movimiento político y social, ha calado, en cambio, en la universidad. Es así como se han exhumado biografías de mujeres artistas capaces de suscitar un interés primero académico, pero finalmente popular.

El pistoletazo de salida lo dio en 1971 un artículo publicado por la revista Art News que llevaba un provocativo título entre interrogantes: "¿Por qué no ha habido grandes artistas mujeres?". El texto, que suscribía la profesora neoyorquina Linda Nochlin, se hizo inmediatamente célebre y abrió una nueva línea de investigación en la historia del arte (su trigésimo aniversario, en el año 2001, motivó un con greso en la Universidad de Princeton). En realidad, la pregunta no era nueva; ya se la había planteado Virginia Woolf, que la respondía aludiendo a la dificultad, para las mujeres, de acceder a la formación específica y a los materiales necesarios para la pintura. Ellas no tenían las telas y caballetes, las clases, la oportunidad de trabajar en el taller de un pintor conocido, la libertad de movimientos, en fin, los masters and mistresses que todo artista necesita, apunta Woolf con un doble sentido (master es maestro, y mistress,maestra o... amante). Boutades aparte, el mérito de Linda Nochlin fue sistematizar las razones básicas que pueden explicar la extrema escasez, por no decir ausencia, de mujeres en la nómina de los grandes pintores de todos los tiempos. Razones que se dividen en dos apartados: unas institucionales; las otras, más íntimas.

El recorrido artístico típico: la enseñanza en la academia, el estudio del desnudo - imprescindible para pintar personajes-,la participación en concursos, el trabajo colectivo en un taller, los viajes a Italia para familiarizarse con la obra de los grandes maestros... estaba vedado a las mujeres. Era, pues, "institucionalmente imposible que las mujeres alcanzasen la excelencia, o el éxito, artístico". Y, de hecho, las escasas pintoras que hubo a pesar de todo, solían pertenecer a familias de pintores, como Artemisia, hija del famoso artista barroco Orazio Gentileschi.

Junto a las condiciones objetivas, hay también cuestiones subjetivas de al menos igual importancia. La cultura patriarcal distribuye los roles entre los sexos de forma tajante: las mujeres crean seres de carne y hueso, los varones - en exclusiva-pueden crear obras del espíritu. Una mujer que pretendiese ser artista era contemplada con desconfianza, como loca, marimacho o bicho raro. Y como dice Nochlin, "el éxito resulta aún más escaso y más difícil desde el momento en que se necesita, además de trabajar, luchar contra los interiores de la duda y y afrontar en lo externo los monstruos del ridículo y de la condescendencia".

El artículo de Nochlin, luego convertido en libro, desencadenó numerosos estudios. Que llevaron a una conclusión inesperada: habían existido muchas más artistas, algunas de ellas muy notables, de las que se creía. El personaje de la mujer artista es, pues, lo bastante excepcional como para resultar atractivo, intrigante, y a la vez suscita un creciente interés. No es de extrañar que de un tiempo a esta parte sean cada vez más frecuentes sus apariciones en papel impreso y en pantalla. Tampoco es de extrañar que en literatura, esas apariciones vengan de la mano de mujeres escritoras. (Si las películas sobre pintoras, en cambio, son mayoritariamente obra masculina, tal vez ello puede atribuirse a que los varones forman una mayoría aplastante entre los cineastas. En España, por ejemplo, de las películas estrenadas entre el 2000 yel 2006 sólo el siete por ciento fueron obra de una directora).

Para cualquier artista, la vocación, la creación, y las dificultades y obstáculos con que se topa, son un tema importante. Grandes escritores han hecho de ello el argumento de grandes novelas: piénsese en La obra maestra desconocida, de Balzac, o La obra, de Zola, inspirada en su amigo Cézanne. Dos de las grandes novelas del siglo XX se centran en escritores, con la vocación artística como argumento principal: La búsqueda del tiempo perdido, de Proust, y Retrato del artista adolescente, de Joyce. Las mujeres, en cambio, no encuentran o no han encontrado hasta hace poco, en la literatura, modelos de creadoras, historias reales o imaginarias que las ayuden a identificar unos conflictos en parte comunes a cualesquiera creadores, pero en parte específicos de las creadoras, en femenino (y si algún modelo encuentran, puede ser tan ridículo, tan caricaturesco, como la poetisa que aparece en Mort de dama,de Llorenç Villalonga). Forjar personajes de mujer artista que resulten verosímiles, humanos, que sin ser idealizados no caigan tampoco en la caricatura, ha sido yes un empeño en el que coinciden numerosas escritoras, desde Madame de Staël o Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero),en el XIX, hasta Carmen Martín Gaite o Clarice Lispector, pasando por Willa Cather, Sylvia Plath, Lourdes Ventura, Lucía Etxebarría o María Teresa Álvarez,en el siglo XX.

Un conflicto tradicional Lo curioso es que con frecuencia, en vez de escribir sobre escritoras como sería de esperar, las autoras prefieren hacerlo sobre mujeres dedicadas a otros terrenos artísticos. Si existen algunos personajes de mujer que se dedica o aspira a dedicarse a la literatura (la Corinne de la obra homónima, en su tiempo famosísima, de Madame de Staël, la protagonista de La campana de cristal,de Plath, la de Fuera de temporada,de Ventura...), es más habitual que se trate de otras artes. Tal vez porque, de ese modo, la siempre embarazosa referencia autobiográfica resulta menos obvia. Pero sea cual fuere la forma de creación a la que se consagran estas protagonistas, el conflicto entre la condición de artista - una vocación absoluta, devoradora, egoísta-y el papel tradicional de la mujer forma casi siempre el nudo de la historia. Así, la cantante de ópera que protagoniza The song of the lark,de Willa Cather (1915), tiene que elegir entre cumplir un sueño profesional o cuidar a su madre moribunda. Es más habitual, sin embargo, que el dilema sea amoroso. Corinne (1807), poeta y mujer independiente, es abandonada por su amante, que prefiere una esposa más convencional. En La gaviota (1859), la ultraconservadora Böhl de Faber nos presenta a una niña con buena voz, hija de un pescador, que se convierte en cantante de ópera y, cegada por su éxito, menosprecia a su marido, cae en manos de un seductor y termina en una merecida desgracia: su amante muere, ella pierde la voz, y acaba volviendo al pueblo y casándose con un bruto... Es curioso que siglo y medio más tarde, no sea mucho más feliz la historia de Ruth, la guionista, cineasta y actriz que protagoniza De todo lo visible y lo invisible (2001) de Lucía Etxebarría: su relación amorosa con un joven poeta desemboca en un intento de suicidio cuando el chico la deja... Guionista de cine, al menos a ratos, además de diseñadora, es también la protagonista de Irse de casa (1998), de Carmen Martín Gaite, y en Lo raro es vivir (1996) aparecen una cantante y compositora de rock y una pintora. En definitiva, parece haber nacido un nuevo género: la novela sobre la mujer artista. Hay que decir, sin embargo, que aún está en sus inicios. En la mayoría de las obras citadas, la creación artística es sólo un telón de fondo, un recurso cómodo para dotar a la protagonista de una profesión con aura de prestigio. Pero algunas novelas se centran en ella. Lo hace Clarice Lispector en varias de sus obras, protagonizadas por artistas plásticas (escultora, en La pasión según G. H. -1964-,pintoras en Agua viva - 1973-y la póstuma Un soplo de vida,de 1978), que especulan sobre la naturaleza del acto creador, que, para la autora brasileña, equipara a la madre, al o la artista, y a Dios... En un registro distinto, la española Clara Usón, en su reciente Corazón de napalm y con humor-los problemas personales y los obstáculos externos con los que se encuentra una mujer que quiere dedicarse, aquí y ahora, a la pintura... Seguirán, qué duda cabe, otras novelas y películas que explorarán el mismo tema bajo distintos ángulos.